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Madre Teresa. Ven, sé mi luz.

 

Editorial Planeta,

Barcelona, 2008

504 pág.

Edición y comentarios: Brian Kolodiejchuck M.C.

 

El trabajo abnegado con los más pobres de los pobres, llevado a cabo por las Misioneras de la Caridad, fundadas por la Madre Teresa de Calcuta (1910-1997), es bien conocido y gozosamente reconocido en todo el mundo. La concesión del Premio Nobel de la Paz del año 1979 a la Madre Teresa, por la obra de esta admirable religiosa católica, fue un reconocimiento explícito de la gran tarea de entrega hecha a toda la humanidad doliente por todos los miembros y cooperadores de dicha Congregación. La pequeña y gran figura de la Madre Teresa de Calcuta —ahora beata Teresa— es conocida en todas partes; y a medida que pasan los años se ha ido engrandeciendo hasta unos límites pocas veces conocidos en la historia de la Iglesia.

 

El libro Madre Teresa. Ven, sé mi luz, publicado en muchos idiomas, gracias al esfuerzo y amor de quién ha llevado la causa de canonización de Teresa de Calcuta, el sacerdote y postulador Brian Kolodiejchuck —también Misionero de la Caridad—, nos da a conocer uno de los aspectos más íntimos de la vida espiritual de la monja beatificada el año 2003 por el santo padre Juan Pablo II. El postulador de la causa, con el beneplácito de la Santa Sede y de la congregación misionera, ha considerado conveniente mostrar, a través de notas personales, cartas y escritos varios de la Madre Teresa, recogidos para la Causa, hasta qué grado de virtudes heroicas y probadas llegó la beata, ya que, gracias a los textos recogidos, lo sabemos prácticamente casi todo de lo mucho que sufrió a lo largo de su vida, con tal de ser amorosamente fiel a su vocación personal y a su obra apostólica.

 

Este "especial sufrimiento" por el amor a Dios y al prójimo era, hasta hora, un aspecto prácticamente desconocido para la mayor parte de la gente. Sólo sus confesores, directores espirituales y superiores jerárquicos conocían el nivel de sufrimiento que tuvo a lo largo de su vida: fue como una "larga y oscura noche del alma". Todo lo que se ha publicado en el libro ha sido una sorpresa mayúscula, y por ello algunos, poco entendidos en la ascética y la mística cristiana, se han "escandalizado" por el contenido del libro. El hecho de que algunos comentaristas ligeros hayan hablado incluso de "falta de fe", denota la ignorancia supina de todo lo que Dios puede exigir o permitir para alcanzar una vida verdaderamente santa. En cambio, está muy claro que el libro nos lleva a ver en Teresa de Calcuta una sólida y desnuda Fe, una Esperanza que no desfallece nunca y una extraordinaria Caridad, en una continuada unión con Dios. La beata Teresa lo vivió todo humildemente, sin hacerse ver. Nunca deseó que estas sinceras manifestaciones de su alma llegasen a otras personas fuera de las que lo tenían que saber por razones obvias de guía y acompañamiento espiritual. Se puede concluir, pues, que la Madre Teresa experimentó "una intensa y larga oscuridad en una continua noche espiritual" vivida en una especie de "soledad" y "discreción" que la enaltece y honra. El fenómeno de la total aridez espiritual en momentos puntuales de su vida, lo conocieron muchos hombre y mujeres de Dios que vivieron el experimentum Crucis en su alma: santa Juana de Arco, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Pablo de la Cruz, santa Juana de Chantal, san José Benito Labre, santa Teresa del Niño Jesús, santa Teresa Benita de la Cruz, etc.

 

Los cristianos —y esto nos lo enseña una pausada lectura de esta obra— "necesitamos" ser probados a fin de poder llegar a una plena purificación: el Señor siempre ha puesto a prueba a sus santos "como el oro en el crisol y los ha aceptado para siempre como un holocausto". Los que no viven la "experiencia de la tentación", de la "prueba" de la Cruz, no se santifican plenamente, en la medida que Dios lo pide. Podemos, tal vez, tener la apariencia de la santidad, pero no las verdaderas virtudes que comporta una vida virtuosamente heroica. Ella no dudó nunca de su vocación para atender a los más desgraciados y volcarse en ayuda de los más pobres entre los pobres. Cuando era una buena religiosa de Loreto, se dedicaba a la enseñanza en un colegio para chicas de buena posición de la India, y entonces no había vislumbrado ni remotamente lo que tendría que vivir en una futura y definitiva vocación. Pero desde el día de la nueva llamada, supo —inspirada por Dios— que su vida se dirigiría por caminos extraordinarios a "saciar la sed de amor y de almas", la sed que Dios sentía y sentirá siempre hacia la humanidad entera. Le pidió entonces ser "luz de Cristo que ilumina el mundo". Esta "inspiración" de dedicarse a los más pobres, experimentada el año 1946 durante un viaje a Darjeeling para pasar unos días de retiro espiritual, fue acompañada por estas palabras: "Ven, sé mi luz. No puedo solo. No puedo llegar solo a las chozas de miseria" de los barrios pobres de Calcuta. Cristo necesitaba los brazos, las manos y el corazón de Teresa para dar consuelo y calor a los pobres en sus necesidades materiales y espirituales. Jesús, al mismo tiempo, le reveló el dolor que Él sentía con motivo del olvido de los hambrientos, enfermos desahuciados y abandonados, de los no deseados ni amados por los demás; le habló, también, de su pena por el desconocimiento que muchos tienen de Él y a la vez del deseo de ser amado por los más pobres. De aquí nació la congregación de las Misioneras de la Caridad. Al mismo tiempo comenzó el nuevo camino de la noche oscura del alma que duró hasta los últimos momentos de su existencia terrena. Su vida la definió en pocas palabras: "Soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo que hace referencia a la fe, soy monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. Y en todo lo que se refiere a mi corazón, pertenezco enteramente al Corazón de Jesús".

 

Ha sido un acierto, para el provecho de muchos cristianos de hoy, hacer públicos estos escritos, ya que su lectura puede ayudar a muchos creyentes que viven su propia, cotidiana y escondida "noche oscura" (madres de familia, enfermos, solitarios, pobres, desahuciados, etc.) sin que nadie lo sepa o nadie les escuche o acoja. Así, muchos se identificarán con ella y vivirán aquella alegría de saber —como escribe San Pablo— que "completan en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en la Iglesia" (Colosenses, 1,29) como miembros vivos que son de su Cuerpo.

 

Esta obra es, de hecho, una verdadera autobiografía de la Madre Teresa porque, a lo largo de las páginas, ella narra de forma evidente todos los trabajos, esfuerzos, viajes, fundaciones, penas, alegrías, contradicciones y consuelos sobrenaturales que vivió, para llevar a término la obra que Dios le pedía. Quedan bien patentes los aspectos más vitales de su amor a Cristo, a la Iglesia y a los más necesitados; de su firme vida interior, apoyada en la gracia y en todos los medios sobrenaturales. Aparecen claramente sus magníficas cualidades humanas junto con el ejercicio de las virtudes cristianas de la paciencia, el amor de Dios, la caridad, la pobreza, la humildad... El conocimiento de la aridez espiritual mientras servía a los más pobres de los pobres, supuso para ella una gran heroicidad. De ello sacó algunas conclusiones: "Sin sufrimiento —escribía la Madre Teresa—, nuestro trabajo sería sólo un trabajo social... Toda la desolación de los pobres ha de ser redimida y nosotros la hemos de compartir". Los escritos que forman esta historia íntima y autobiográfica, empapada por la Santa Cruz, muestran como ella supo sacar el máximo provecho con tal de purificarse de todos los falsos afectos o sentimentalismos, a la vez que dejó entrever, con hechos, el cariño —costara lo que costara, de un modo incondicionado y sin compensaciones humanas— hacia los más necesitados y despreciados de la sociedad. Se entrevé, en algunos de los relatos que escribe, que la gran compensación, dentro de su corazón, era el hecho de poder apoyar a los "más pobres de los pobres", a los desprotegidos, los enfermos incurables, los ignorados por el mundo, los no nacidos por culpa del egoísmo humano... Todo la llenaba de un gozo inefable.

 

Aquella pequeña semilla plantada el año 1946 dio enseguida frutos por todo el mundo y la congregación se extendió rápidamente, desde Calcuta, por todas partes, llevando a los afligidos la ayuda, el consuelo, la luz de Cristo y el amor de Dios. Esta es la definitiva y gran lección que sacamos de la lectura de la obra publicada por el sacerdote Brian Kolodiejchuk, postulador de la causa de Canonización.

 

Josep Vall Mundó

 

 

 

  • 30 julio 2009
  • Josep Vall i Mundó
  • Número 30

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