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Reflexiones en el entorno de la categoría ''género''

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Dr. Enric Vidal
Profesor de la Universidad Internacional de Cataluña

 

En nuestros tiempos el término "género" ha consolidado su presencia en el uso habitual de nuestra lengua. Los medios de comunicación, para referirse a la violencia conyugal o doméstica, utilizan a menudo la expresión "violencia de género", y también son ya populares denominaciones como "igualdad de género" o "ideología de género". A veces, la palabra "género" se emplea sencillamente como un sustituto formal del término "sexo". El frecuente uso del término, a menudo en contextos diferentes y con significados diferentes, provoca una cierta confusión y perplejidad por parte de quienes no aceptan de manera acrítica cualquier novedad terminológica.

Etimológicamente, la categoría "género" proviene del latín "genus", que significa "tipo", "clase", "categoría", y comparte etimología con el verbo "generar". El entorno natural de la categoría género es el de la gramática: el género gramatical indica la connotación sexual de las palabras de un idioma. En las lenguas indoeuropeas y semíticas, los sustantivos, los pronombres y los adjetivos pueden ser masculinos, femeninos o neutros. En alemán, por ejemplo, la palabra mujer es femenina ("die Frau"), pero, en cambio, la chica ("das Mädchen") es neutra, porque en alemán todos los diminutivos son neutros. Que un libro pertenezca al género masculino y una libreta al género femenino es una asignación arbitraria, dependiendo de las convenciones de una lengua determinada, y susceptible de ser alterada en cualquier otra lengua del mundo.

A partir de los años sesenta del siglo XX, la categoría género entró en los campos de la psicología y la antropología. Actualmente son muchos los que, erigiéndose en protectores de la antropología tradicional, rechazan el uso de la categoría género en cualquier tipo de discurso académico, apelando a los peligros de lo que llaman la ideología de género. Sin embargo, en este artículo propugnamos que la categoría género es válida para abordar el análisis de la discriminación que tradicionalmente han sufrido las mujeres a lo largo de la historia, y para entender algunos de los fenómenos en torno a la cultura de la masculinidad y la feminidad. En todo caso, y para delimitar terminológicamente este breve artículo, consideramos que hay que diferenciar entre el género como categoría, del feminismo queer, lo que comúnmente se ha designado con la etiqueta ideología de género.

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La categoría género nació para diferenciarse del sexo. El binomio sexo/género permitió distinguir dos aspectos en la persona humana: el sexo, es decir, el componente biológico –la herencia biológica recibida– y el género, es decir, la construcción cultural que contiene los roles y los estereotipos que cada sociedad atribuye a hombres y mujeres –aquello construido–, es decir, todo lo construido por las sociedades para estructurar y ordenar las relaciones entre hombres y mujeres.

La aparición de la categoría género está íntimamente vinculada con el movimiento feminista. Durante siglos, las vidas de hombres y mujeres habían transcurrido en dos esferas totalmente separadas. Durante siglos, la biología había dictado los destinos vitales que hombres y mujeres debían seguir ineludiblemente. En la cultura de las dos esferas, el hombre venía al mundo a desempeñar un papel productivo, y la mujer estaba llamada a cumplir una misión exclusivamente reproductiva. El entorno natural del hombre era la polis, el mundo laboral, el ámbito de la técnica y de la creación. El entorno natural de la mujer, durante muchos siglos, fue exclusivamente el del hogar, como esposa y madre, un entorno invisible dedicado a la ética del cuidado, el legado tradicional femenino. La cultura de las dos esferas, felizmente superada, representó una fragmentación de la experiencia humana, que contrapuso la producción y la reproducción, la vida pública y la vida privada, la justicia y el cuidado, la dominación del mundo y la sostenibilidad, etc. Muchas de las contradicciones de nuestro mundo que separan la vida pública y la vida privada como dos universos irreconciliables son consecuencia de la radical separación de las dos esferas.

En la cultura de las dos esferas, la mujer era considerada un ser desigual respecto del hombre. Una ancestral tradición misógina, originada en la oscuridad de los tiempos y transmitida de generación en generación, se image-531b487d0ffe00567f6c07154d121981encargaba de menospreciar las capacidades intelectuales y de impedir la justa presencia y participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública. La misoginia se esparció en el transcurso de los siglos a través de la cultura popular, la religión, la literatura y la ciencia. En el siglo XIX, la craniologia, es decir, la "ciencia" que medía las dimensiones craneales, confirmó los prejuicios misóginos. Las medidas craneales determinaron que los europeos del norte tenían cerebros más voluminosos que los del sur, y que las mujeres poseían cerebros más pequeños. En 1879, por ejemplo, la Sociedad de Antropología de París coronó con la más alta distinción, el premio Godard, un trabajo de Gustave Le Bon (1841-1931) sobre Les lois des variations du volume du cráne et leurs relations avec l'intelligence. En su ensayo, Le Bon afirmaba que estudiando el desarrollo de los seres inferiores –las mujeres, los salvajes y los niños– se podían reconstruir todas las etapas por las que había pasado la inteligencia humana. En su obra, Le Bon determinó que la mujer occidental tenía un cerebro y un volumen craneal que se acercaba al del gorila.

A pesar de las su complejidad y ramificaciones, podríamos definir el feminismo a nivel muy elemental como la lucha de las mujeres para ampliar su abanico de actuaciones vitales, y poder participar en igualdad con los hombres en los asuntos públicos. La categoría género apareció como resultado de esta legítima aspiración. Para superar la cultura de las dos esferas, se hizo necesario encontrar una herramienta analítica que permitiera distinguir los aspectos biológicos de la feminidad, de los roles y estereotipos que la tradición le había conferido injustamente para limitar sus opciones de vida. En el momento en que las mujeres, como grupo, tomaron conciencia de su papel secundario en el image-d4a4c5e698a00f8160740e6f5dd8dadamundo, empezaron a cuestionar el alcance de su diferencia respecto de los hombres. En otras palabras: el feminismo, en un sentido ideológico, ha sido la reflexión que las mujeres han realizado sobre su propia naturaleza, sobre lo que significa ser una mujer. El binomio sexo/género es una de las herramientas que ha posibilitado esta reflexión.

La reflexión occidental más profunda sobre lo que significa ser mujer la llevó a cabo la escritora francesa Simone de Beauvoir. En 1949, de Beauvoir publicó El segundo sexo, un profundo ensayo sobre la condición femenina que se convertiría en el libro de cabecera de la segunda ola feminista. En El segundo sexo, de Beauvoir proclama que si la mujer se quiere liberar de las "cargas" que conlleva la vida doméstica –cuidado de la casa y de las tareas derivadas de la reproducción–, es indispensable que se libere en primer lugar de su diferencia. Para de Beauvoir, la diferencia biológica ha sido utilizada contra la mujer para someterla al patriarcado; la mujer, si quiere huir de la esfera privada y contribuir en el mundo, se ha de liberar de sí misma y de las prisiones que la constriñen. A partir de El segundo sexo, el matrimonio se convierte en una cárcel patriarcal, y la maternidad en una experiencia dolorosa que conlleva una carga para toda la vida.

El feminismo que rechaza la diferencia lo hace con las legítimas intenciones de denunciar la discriminación contra la mujer, pero se equivoca al situar la fuente de la discriminación precisamente en la diferencia. Hombres y mujeres estamos llamados a ser iguales en dignidad, derechos y deberes en la diferencia, y en todas las esferas, la pública y la privada.

Retomando el fin de la categoría género, afirmamos que como herramienta analítica nos sirve para iluminar la construcción cultural que se ha erigido sobre la masculinidad o la feminidad, diferencia que nos sirve para distinguir entre el hecho de ser hombre o mujer y los roles asociados a este hecho. La categoría género surgió en el campo de la psicología en la década de los setenta del siglo pasado, pero pronto fue empleada para los estudios de la mujer que se realizaron a remolque del feminismo en varias universidades norteamericanas. El género es una categoría simbólica que nos permite separar los componentes culturales de las personas a partir de la interpretación de su sexo, y que tienen vinculaciones en el campo de la economía, la política, la cultura, etc.

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Lo que hemos aprendido del binomio sexo/género, en otras palabras se puede resumir en unas pocas frases telegráficas:

· Hombres y mujeres son diferentes. Sus diferencias son en origen biológicas, pero tienen ramificaciones en su psicología y comportamiento.

· Muchos de los atributos de la masculinidad y la feminidad, aunque oscilan a través de los tiempos, tienen un origen biológico.

· No todos los roles, atributos y actitudes de hombres y mujeres son biológicos: los hay que son puramente culturales, y por tanto, susceptibles de variar y cambiar con el tiempo.

· Hay roles que son claramente biológicos, y por tanto, no intercambiables, como por ejemplo la maternidad y la paternidad.

La utilización del género como herramienta de análisis, pues, no nos debe llevar a una visión trágicamente escindida image-e1758064877a395fdb696df9e2eda68ade la persona humana, en la que la biología y la cultura aparecen como dos elementos dislocados, incluso antagónicos, en la concepción antropológica de la persona.

La polémica en torno a la palabra género proviene del radicalismo con que han empleado el término algunas teorías y autores que, para criticar la desigualdad entre hombres y mujeres, han adoptado antropologías sesgadas, provenientes del liberalismo del siglo XVIII y del marxismo del siglo XIX, llegando a afirmar que la masculinidad y la feminidad no tienen ninguna vinculación con el sexo biológico. Estas posturas ideológicas, entre las que se incluye el feminismo queer o lo que más comúnmente se ha llamado ideología de género, consideran erróneamente que la desigualdad entre hombres y mujeres está causada por su condición sexuada masculina y femenina, de manera que se intenta prescindir de esta realidad y construir el mundo social y el mundo laboral como un mundo asexual, en el que sea indiferente ser hombre o mujer.

Esta dislocación de la antropología humana, aunque parte de un deseo bien intencionado en su intento de combatir la desigualdad histórica entre hombres y mujeres, acaba escindiendo la persona humana en dos componentes, el biológico y el construido, y postulando que éstos no guardan ninguna relación entre sí. En sus peores momentos, esta visión llega a prescindir de cualquier binomio sexual en la caracterización de la persona humana.

Según esta visión, las personas nacen con un sexo concreto –masculino o femenino–, que queda reducido a la pura genitalidad y al papel dentro de la reproducción, y a través de la socialización se les asigna un género, es decir, una construcción cultural impuesta, formada por todo un conjunto de normas, convenciones y estereotipos asociados al hecho de haber nacido con un sexo determinado. Hemos subrayado el verbo asignar porque esta elección léxica, recurrente en la visión radical de la ideología de género, ilustra de manera precisa hasta qué punto este pensamiento concibe la feminidad y la masculinidad como construcciones culturales artificiales, desvinculadas de los órganos, los roles reproductores, de la anatomía, los cromosomas y las hormonas. Según esta particular visión, el comportamiento sexual de las personas es construido por convenciones culturales, y por tanto susceptibles de transformación. El género, es decir, la losa cultural que pesa sobre la genitalidad y la herencia hormonal, es tratado como un componente opresor, esclavizador de la libertad del individuo. Esta visión de la identidad humana deja la persona desquiciada, dividida en dos partes irreconciliables, y postula una aproximación al ser humano en las antípodas de la concepción antropológica de la persona como un todo armónico.

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En las últimas décadas, la influencia de esta escisión identitaria ha causado en los diversos sistemas jurídicos hayan evolucionado desde posturas radicalmente biologistas hasta concepciones puramente sociopsicológicas en cuanto al reconocimiento de la identidad sexual. Los planteamientos puramente sociopsicológicos actuales, en su sentido más culturalista, acaban reduciendo la identidad sexual a la autoconciencia personal y social. El 4 de abril de 2005 entró en vigor en el Reino Unido la Gender Recognition Act, que reconoce de manera legal y registral las diferentes "identidades sexuales" que una persona pueda adoptar durante el transcurso de su vida. También en España, la Ley 3/2007, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas, parte de una visión exclusivamente sociopsicológica de la identidad sexual, totalmente desarraigada del sexo con el que los seres humanos nacemos. El artículo 4.1 de la normativa establece como criterio fundamental de una persona "la identidad de género sentida por el solicitante o sexo psicosocial". Desde esta particular perspectiva, la identidad sexual queda desvinculada del sexo biológico para apoyarse, de manera exclusiva, en un sustrato subjetivo, opinable y variable. Este cambio de rumbo jurídico puede comportar, a la larga, la desaparición del sexo como componente relevante en el ejercicio del Derecho, especialmente en el Derecho de Familia.

Para concluir, podemos afirmar que el género es una categoría útil para el análisis de las discriminaciones y las relaciones hombre-mujer en diversos campos de estudio, y también válida en la adopción de determinadas políticas de igualdad. No es válida, sin embargo, cuando lo que pretende es contraponer el determinismo biológico de las dos esferas con un determinismo, esta vez de tipo cultural, propugnando una visión inarmónica y escindida de la persona.

  • 23 marzo 2012
  • Enric Vidal
  • Especial 12

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