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La misión de la razón al servicio de Jesucristo. La razón en un tiempo nihilista

1. Nihilismo

En nuestra Europa quizá sea demasiado poco hablar de secularismo. Algunos hablan de la era postsecular / posmoderna / poscristiana. La gran cuestión es saber dónde estamos. Sea como sea, la época actual se caracteriza image-7fbca953aa4dfafc409e6927b950bb7cpor una profunda crisis. La modernidad es una crisis en sí misma. Y esa crisis engendra un tipo de hombre, que es el hombre nihilista.

Sobre el nihilismo no nos interesan ahora las reflexiones filosóficas. Cuando hablo de nihilismo me refiero al hombre que, en el fondo, desespera. Ésta fue la visión de Sören Kierkegaard. El hombre tienen una enfermedad mortal: la desesperación. Para el pensador danés, el hombre aburrido, el hombre sensual, el hombre banal es el hombre que, en el fondo, «desespera» de la vida. Tiene una enfermedad mortal. Sólo puede esperar la muerte.

Si el Vaticano II afronta el problema del ateísmo, Juan Pablo II en Fides et Ratio va más allá y, por primera vez en el Magisterio, pone sobre el tapete el problema de la postura nihilista. También Spe Salvi de Benedicto XVI aborda el problema del nihilismo. Hay que reconocer abiertamente que Nietzsche, Heidegger y Sartre –y otros pensadores satélites– han triunfado con su filosofía nihilista en el panorama intelectual y vital de Europa.

Si abrimos la ventana de nuestra casa, no encontramos el jardín de un cristianismo palpable en la cultura, sino más bien un desierto de nihilismo. La razón, sobre la que versa esta conferencia, debe empezar reconociendo la realidad. La primera lealtad de la razón es ver la realidad tal como es. Nuestra Europa está sometida a una profunda crisis de fe (increencia), de razón (irracionalismo), de sentimiento (sentimentalismo) y de libertad (relativismo). Una crisis de sentido, dice Juan Pablo II en Fides et Ratio, que hace que el hombre viva en la fugacidad y la provisionalidad. Es una crisis profunda y global que también afecta a la propia razón humana. Ahora esa crisis ha afectado incluso a las finanzas.

El nihilismo es una trágica o sutil desesperanza de uno mismo, como dijo Kierkegaard. Algo parecido encontramos en el Evangelio con aquellos dos personajes que caminaban hacia Emaús. Después de una profunda decepción de Cristo –en quien habían depositado la esperanza–, vuelven a su aldea, sumidos en «la desesperanza de sí mismos», caminando hacia una noche sin aurora. Es como un inicio de nihilismo después de Cristo.

La Europa poscristiana es también –en semejanza con los discípulos de Emaús– una civilización decepcionada de Cristo y de los cristianos. Ahora camina por los senderos de la apostasía silenciosa, como recordó con valentía el documento Ecclesia in Europa. Ahora camina por las calles de asfalto del nihilismo en medio de nuestras diseñadas ciudades modernas. Ahora camina invocando una «nueva religión», como ha dicho Benedicto XVI en su último libro Luz del mundo, portadora de una «nueva racionalidad» y que tiene un solo mandamiento: la tolerancia a cualquier pretensión humana.

Ahora no es el momento de analizar las causas de esa situación. Pero sí es verdad que en la historia bimilenaria de nuestra Europa encontramos algunos episodios lamentables de contradicción de la fe respecto al hombre, que Nietzsche tomará como bandera: «Yo no creería más que en un dios que supiera bailar» (Así habló Zaratustra).

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Por ejemplo, la contradicción fe-paz (las guerras de religión); la contradicción fe-libertad (algunas formas de imposición del Evangelio); la contradicción fe-judaísmo (el desprecio para con el pueblo judío); la contradicción fe-ciencia (cierta sospecha respecto al progreso de la ciencia); la contradicción fe-ética (los casos actuales de pedofilia). El Concilio Vaticano II fue consciente de ese problema de fractura. Ahora el hombre ya no tiene a Cristo en su mente y ya no entra en contacto con la Iglesia. Es como si asistiéramos a un final de la historia cristiana. Como dice Péguy, el hombre moderno es el primero después de Cristo sin Cristo (Verónica. Diálogo de la historia y el alma carnal).

 

2. La alianza fe-razón

El Papa ha pedido, repetidas veces a lo largo de su Pontificado, una alianza de la fe y la razón para superar el desierto del nihilismo. «Sólo juntas salvarán al hombre» (Caritas in veritate, n. 74).

Y nosotros nos preguntamos: ¿qué misión tiene la razón en nuestra época nihilista?; ¿qué pide la fe a la razón en esa encrucijada histórica?; ¿la razón tiene algo que aportar para superar el nihilismo?

En primer lugar, hemos de volver a afirmar rotundamente la alianza fe-razón. Y decirlo con voz clara y alta: la fe es un don –que nos viene a través de la carne; es decir, de la humanidad–, y también un acto pleno del conocimiento humano y de la libertad. La fe es el acto supremo de la razón y el acto más elevado de la libertad. Creer a Cristo es acoger la Verdad plena –acto supremo de la razón– y seguir a Aquel que vale la pena ser seguido –y eso es la libertad–.

Benedicto XVI no deja de insistir en ello, especialmente en sus encuentros con los representantes del mundo de la cultura (Ratisbona, Collège des Bernardins y Parlamento Británico). El Cardenal Ratzinger está convencido de que la razón-libertad sobrenatural (la fe) retoma, confirma e iluminapurifica– la razón-libertad natural, de ahí que sea necesario el diálogo fe-razón para la supervivencia de un mundo que está al borde del abismo. Dicho de otro modo: «Sólo la fe salvará a la razón, y la razón salvará a la fe [...] y, por lo tanto, sólo fe y razón armónicamente unidas image-be85ea8a517b75ef8910589ab4358cbcpodrán salvar la vida del hombre sobre la tierra».

Citemos el pensamiento de Ratzinger en su memorable discurso al Parlamento Británico, que está en la línea de los de Ratisbona y Collège des Bernardins, en su reciente viaje al Reino Unido:

«El papel “corrector” de la religión respecto a la razón no siempre ha sido bienvenido, en parte debido a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo, que pueden ser percibidas como generadoras de serios problemas sociales. Y, a su vez, dichas distorsiones de la religión surgen cuando se presta una atención insuficiente al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la religión. Se trata de un proceso en doble sentido. Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo que provocó la trata de esclavos en primer lugar y otros muchos males sociales, en particular la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX. Por eso, deseo indicar que el mundo de la razón y el mundo de la fe –el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas– necesitan uno de otro y no deberían tener miedo a entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización».[1]

Pero ahora quiero advertir de un peligro a los mismos creyentes: que ello no tenga una traducción práctica en la vida, porque damos demasiado por supuesta la fe, como recordaba el Papa en su viaje a Portugal y Fátima. Dicho de otro modo, la falta de unidad de vida, como ya denunciaba el Concilio Vaticano II, no es sólo un problema de fractura, sino que es síntoma de falta de fe. Se trata de una fe a la altura del hombre o, en el lenguaje nietzscheano, «demasiado humana» (en un sentido positivo).

«Con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista.»[2]

Ciertamente, tenemos fe, pero nos falta realizar todo el itinerario humano de la fe, partiendo de nuestros sentidos, nuestra razón, nuestros afectos y nuestra libertad.[3] Y como nos falta el itinerario de la fe... nuestra fe es poco image-862c6807b0b98e26fd48d1fef75932c8humana, no informa la vida. Es un añadido a nuestra humanidad. No engendra cultura, como rezan estas Jornadas. Y no puede ser apostólica. El nihilista es un problema para sí mismo, pero lo es más el creyente que no cree con toda su humanidad.

Muchos de nosotros hemos nacido en familias cristianas (la fe es un don a través de la familia). También muchos conversos han experimentado el don de la fe a través de una misteriosa conversión. Pero el hombre nihilista, como la mujer samaritana, tropieza con serios obstáculos para conocer el don de Dios. No tiene fe... Pero tienen sentidos, afectos, razón, libertad. Y lo único que podemos hacer es acompañarlos desde su humanidad hasta la fe cristiana, caminando desde el nihilismo hasta la piedad, desde la noche hasta la luz.

Pero tenemos que recorrer –primero nosotros– todo el camino de Emaús (de la humanidad a la fe). Como me dijo un amigo sacerdote: ¿no hay en todos un pequeño hombre nihilista? O, dicho de otro modo, ¿no se da en el corazón de todos una especie de batalla entre la esperanza y la desesperanza, la luz y las tinieblas? En realidad, la fe no es sólo luz, pura luz. Ésta es la esencia de Dios o la visión de los ángeles. La fe humana es luz que vence constantemente las tinieblas.

Pero volvamos a los discípulos de Emaús. Jesús no los espera en Emaús (lugar de la fe), sino que camina con ellos desde Jerusalén (lugar de la razón decepcionada) para llegar a la fe. El Señor parte de su humanidad quebrantada, image-f097f2a40f2641bdf670b30080a36775de su razón contradicha, de sus afectos deshinchados, de su libertad frustrada... y por eso les explica (habla a la razón), les habla con pasión (conmueve sus afectos), hace camino con ellos (acompaña su libertad), hasta que aquellos hombres desesperanzados abren sus ojos a la fe.

Éste fue el camino que hicieron aquellos primeros apóstoles: Pedro, Jaime, Juan, Andrés, Tomás... Ellos no eran cristianos por tradición familiar ni cristianos por conversión, pues el cristianismo aún no existía. Cristo lo inauguró. Entonces hicieron todo el camino hasta la fe, en el que no faltaron crisis ni dificultades –evidentes en el Evangelio–... pero llegaron. Y en ese camino implicaron los sentidos, la razón, los afectos y la libertad. También la razón. A Pedro le costó entender el sentido del sufrimiento, el sentido del perdón, el sentido de Dios. Pero se esforzó en razonar los grandes misterios del sufrimiento como experiencia, de la misericordia como acto, y de Dios como ser (que son misterios de otro mundo). 

Y aquí entra la gran misión de la razón en ese tiempo nihilista. Los primeros eran pescadores pero no eran tontos. Estaban llenos de sentido común y razonaban a su modo con razón teórica y razón práctica. Llegaron a la fe a través de su humanidad; es decir, de su razón. Y en eso consiste la gran misión de la razón filosófica y teológica (que es la razón de cualquier sacerdote que es filósofo y teólogo). De ahí la importancia de la lectura: pocos libros, buenos y bien leídos. Lo importante es que cada uno se haga su síntesis.

 La fe cristiana pide a la razón que le eche una mano al hombre nihilista para tratar de salir del desierto. Para ayudarlo a comprender los misterios de la vida. No sé si llegaremos al jardín de la fe. Pero no importa. Lo que vale es el amor de echarle una mano... es decir, el amor de una homilía, el amor de la columna de la hoja parroquial, el amor de un consejo, el amor de un artículo para una revista, el amor de dar una catequesis, un retiro espiritual o una conferencia. Procurando dar las «razones de nuestra esperanza», como dice San Pedro. Lo importante es que deseemos la redención del nihilismo.

 

3. Retos para la razón

- Una razón que haga el esfuerzo de comprender el nihilismo y ponerse en la piel de la mentalidad del hombre en ese image-886c4ed9006c119bd351d860fc238444tiempo nihilista. En cierto sentido, debe «descender a los infiernos» del sentido común, de la desesperanza, del tormento por el silencio de Dios.

- Una razón que beba con naturalidad de la Palabra revelada, mostrando con vehemencia la racionalidad que encontramos en ella. Hay que entender que en la Biblia encontramos brillante luz sobre los grandes temas antropológicos.

- Una razón valiente que vuelva a plantearse las grandes preguntas para intentar encontrar las grandes respuestas y que no tema mostrar sus propios límites (las paradojas del sufrimiento, la culpa, la muerte, la libertad, la persona).

- Una razón dialogante que escuche con sinceridad las otras verdades humanas para buscar en diálogo la Verdad. Aunque la otra «verdad» contradiga nuestra verdad. Todo se incluye en un proceso de purificación y profundización de la Verdad.

- Una razón que no se limite a la historia, a los fenómenos, a la hermenéutica, sino que llegue a los fundamentos; es decir, que sea metafísica, en cuanto decidida filosofía del ser (Fides et ratio).

- Una razón que más que nunca deberá ser antropológica, dispuesta a iluminar de todas las formas posibles el misterio del hombre. El Papa ha reclamado una nueva síntesis humanista (Caritas in veritate).

 

4. El pathos

La razón especulativa, la razón cultural, la razón política, la razón comunicativa (objeto de estas Jornadas) tienen algo previo: el pathos (pasión), como decía Kierkegaard. El pathos de Kierkegaard no es un sentimentalismo o una mera pasión irracional. Es el amor personal a lo que es real y, por lo tanto, bueno[4]. Jesús tuvo pathos porque, como vemos en el episodio de los discípulos de Emaús que hemos comentado, tenía pasión para abrir aquellos hombres al sentido.

San Josemaría Escrivá nos enseñó a amar apasionadamente el mundo, la cultura, el trabajo, las personas. Necesitamos ese pathos. Kierkegaard, en su Diario, decía que el gran problema de nuestra época es la falta de pathos. También Antoni Gaudí decía: «Para hacer bien las cosas, se necesita en primer lugar el amor a ellas». La propia razón debe ser educada en el amor a las cosas. El amor de las cosas es anterior a la inteligencia de las cosas.

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Sin pathos, la vida ética se convierte en moralismo, la fe en ideología, y el apostolado en sectarismo. Entonces el cristianismo se desvirtúa y puede convertirse en instrumento del Maligno para perder al mundo. Si me permiten: sacerdotes sin pasión... iqué lástima! Son luz que se ha vuelto oscura, sal que se ha vuelto sosa. ¿Y no encontramos ese pathos en la Eucaristía? iJesús se toma en serio nuestra humanidad con sus feroces luchas! Hemos de tener pasión por las cosas concretas, por nuestro trabajo, por nuestro mundo, con todas sus contradicciones, incluso cuando se declara enemigo de la Iglesia.

Termino con un texto de Kierkegaard, que al final de su gran obra Temor y temblor escribe lo siguiente: 

“La fe es la más alta pasión del hombre. Muchos hay posiblemente en cada generación que nunca consiguen alcanzarla, pero no hay nadie que la rebase. Si son muchos en nuestra época los que no la descubren es algo sobre lo que no deseo pronunciarme [...]. Pero incluso a aquel que no llega a la fe, le ofrece la vida sobradas tareas, y si las emprende con amor, su existencia no será en vano, aunque nunca se pueda parangonar con aquellas que se elevaron hacia lo más alto y lo alcanzaron."[5]

Dr. Ignasi Fuster

Profesor de la Facultad de Teología de Cataluña

 


[1] Benedicto XVI, Discurso en el Parlamento Británico, 17 de septiembre de 2010.

[2] Benedicto XVI, Homilía de la Santa Misa en Terreiro do Paço, Lisboa, 11 mayo de 2010.

[3] Es una idea que ha destacado Julián Carrón en los Ejercicios Espirituales de la Fraternidad de Comunión y Liberación, ¿Acaso puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?, Rímini 2010.

[4] Martin Heidegger habla de un sentimiento previo a la racionalidad: «Quizá lo que aquí y en casos semejantes llamamos sentimiento o estado de ánimo es más racional y más percipiente, porque es más abierto al ser que toda razón, el cual convertido entretanto en ratio se interpretó equivocadamente por racional» (M. Heidegger, Arte y poesía, F.C.E., México 1958, pág. 38).

[5] S. Kierkegaard, Temor y temblor, Alianza Editorial, Madrid 2007, pág. 194.

  • 17 marzo 2011
  • Ignasi Fuster i Camp
  • Especial 11

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