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Trato con personas homosexuales y valoración de argumentos homosexualistas

Tradicionalmente se ha considerado homosexuales a hombres que sienten atracción emocional y sexual por otros hombres (gays) y mujeres que sienten esta atracción por otras mujeres (lesbianas). Actualmente, se tiende a hablar de GLBT (gays, lesbianas, bisexuales y transexuales), añadiendo a los dos grupos mencionados otros dos colectivos: las personas que sienten atracción tanto por hombres como por mujeres (bisexuales) y a quienes se sienten e identifican con el sexo opuesto a lo que son (transexuales): hombres que se sientes mujeres y mujeres que se sienten hombres.

Con frecuencia se quejan que existe fobia social hacia ellos, que se manifiesta en insultos, denigraciones o discriminaciones o, sencillamente, se les considera enfermos, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró en 1990 que la homosexualidad, propiamente, no es ninguna enfermedad. Se habla de homofobia (fobia está tomado del griego fobos, pánico), que en sentido amplio no sólo incluye la homofóbia, propiamente dicha (aversión a los gays), sino también la lesbofóbia (aversión a las lesbianas) y la transfóbia (aversión a los transexuales). Como reacción y a menudo como principio activo, ha surgido un movimiento muy combativo no sólo para la erradicación de tales fobias, sino también por el reconocimiento de sus derechos específicos (derechos de los gays o más general, derechos del colectivo GLBT). Reivindican la igualdad con las personas heterosexuales a todos los efectos, incluyendo el acceso al matrimonio y la adopción de hijos. Toda palabra o hecho que vaya en contra de esta igualdad o cualquier crítica a los actos homosexuales se considera discriminación u homofobia. Se acepta que heterosexuales puedan pasar a homosexuales, pero se considera éticamente inaceptable que se ayude a un homosexual a cambiar su orientación.

Tras treinta años de lucha, los activistas GLBT y el llamado «lobby gay» han ejercido una poderosa acción a través de persuasión, inversiones monetarias y, a veces, incluso con persecuciones o boicots. Hoy, los activistas GLBT se consideran victoriosos: han logrado muchos medios de comunicación sintonicen con su causa y una actitud favorable de no pocos políticos que, al querer defender la igualdad, han incorporado en sus programas las principales reivindicaciones GLBT, sin mayores disquisiciones. En muchos países, el matrimonio ya no es unión de varón y mujer, sino unión de dos personas sea cual sea su orientación sexual; algo inaudito en la historia de Occidente o de cualquier otra civilización, hace apenas una década.

Más aún, con ayuda de poderosos medios de comunicación, están cambiando la manera de pensar de muchos que, hasta hace poco, consideraban los actos homosexuales contra naturaleza y moralmente inaceptables. Promueven, además, nuevos derechos que no son ya derechos humanos, propios de todo ser humano sino «derechos de los homosexuales».

Ante estos hechos se plantean varias cuestiones: ¿Cómo hay que tratar a los homosexuales? ¿Cómo han de valorarse los argumentos y reivindicaciones homosexualistas? ¿Qué enseña la Iglesia al respecto?

* * *

Distinguir entre la persona y sus actos

En primer lugar, conviene afirmar el valor intrínseco y, en definitiva, la dignidad que tiene toda persona, sea cual sea su orientación sexual. Sin embargo, de modo alguno, esto implica justificar la bondad de cualquier orientación sexual y, menos aún, de las prácticas homosexuales.

Muchos temen decir nada contrario a la ideología homosexual, pero no hay notables excepciones. Una de ellas es un libro, claro y valiente, publicado recientemente[1] por Robert R. Reilly, un escritor norteamericano y miembro del «think tank» American Foreign Policy Council. Sus argumentos a van al núcleo de la cuestión planteada: la justificación y la relevancia pública de las relaciones homosexuales. La clave está en no perder de vista que los seres humanos se ordenan a un fin inscrito en la naturaleza humana: la natural atracción de varón y mujer ordenada a la procreación. La comprensión de que la realidad tienen una finalidad incorporada está siendo reemplazada por la idea de que todo está sujeto a la voluntad y el poder del hombre, que se considera sin límites. En el fondo, el debate sobre la homosexualidad es acerca de la naturaleza de la realidad. Añadiremos que se sustituye la naturaleza racional del hombre que encuentra fines en las inclinaciones naturales inscritas en la naturaleza por un naturalismo que se deja llevar por las inclinaciones sin ponderar su fin.

Reilly argumenta que la creciente aceptación social de las relaciones homosexuales radica en la racionalización de una mala conducta sexual, por la cual uno transforma mentalmente algo que es malo en bueno. La dinámica de tal racionalización da al movimiento «derechos gays, o derechos de los GLBT», un carácter revolucionario, y hace a sus defensores luchadores infatigables. De modo convincente, este autor explica como la causa homosexual se movió de forma natural a partir de un alegato en favor de la tolerancia hasta la lucha por la conquista cultural del reconocimiento de la bondad del homosexualismo contando con la seguridad que daba su racionalización, con la consiguiente exigencia de aceptación universal. En otras palabras, a partir de la racionalización de que lo malo es bueno, todos nosotros debemos aceptar que lo correcto es seguir la atracción sexual que cada uno experimente y la sociedad así debe reconocerlo en sus instituciones. Como ha explicado Patrick F. Fagan, investigador principal del Family Research Council, este libro demuestra que ir con la corriente del movimiento homosexual es ir contra la naturaleza, la ciencia, los niños, el matrimonio, la familia y el bien común.

Dicho ésto, en base a argumentos exclusivamente filosóficos, consideremos ahora qué enseña la Iglesia respecto a cómo se deben tratar a los homosexuales y la valoración y actitud que se debe adoptar respecto a los argumentos homosexuales.

En primer lugar, respeto y acogida

La homosexualidad esta atestiguada por la historia, habiendo adoptado diversas formas y expresiones culturales. La Iglesia reconoce que «un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas.»[2] Su constante enseñanza ha sido tratar a las personas con orientación homosexual con el respeto, consideración y amor que merece toda persona, pero sin justificar las prácticas homosexuales, ni desvirtuar el matrimonio equiparándolo a la convivencia sexual entre personas del mismo sexo. En varios documentos, el Magisterio se ha referido a la homosexualidad, definida como «las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo»[3], y cuyo origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. A propósito de los homosexuales, el Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo enseñanzas anteriores, explícitamente afirma que «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza.»[4]

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La acogida es, ante todo, ayudarles a vivir como buenos cristianos en su condición homosexual y a vivir la común virtud de la castidad dentro de su orientación. Tal acogida puede ser individual, en el seno de la familia o de grupos de amistad, o también por parte de asociaciones o instituciones de la Iglesia. Tal es el caso de Courage, una iniciativa pastoral impulsada en 1980 por el entonces Cardenal de Nueva York, Terence Cooke, para atender a personas homosexuales. Asociado a esta iniciativa hay un servicio llamado Encourage, muy presente en Estados Unidos y en menor medida en otros países, que ofrece ayuda a parientes, cónyuges y amigos de las personas con atracción por el mismo sexo. Courage tiene como primer objetivo es ayudar a los homosexuales a vivir en castidad sin ceder a su espontánea inclinación. No obliga a nadie a cambiar su orientación sexual, aunque tampoco ve con malos ojos el uso de terapias psicológicas como las promovidas por la organización National Association for Research & Therapy of Homosexuality.

Actos homosexuales y tendencias homosexuales

El Catecismo de la Iglesia distingue entre los actos homosexuales y las tendencias homosexuales. Recuerda que la Sagrada Escritura presenta los actos homosexuales como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), y así lo hace también la Tradición cristiana, que siempre ha considerado los actos homosexuales intrínsecamente inmorales. Acude también a argumentos racionales: No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual, cierran el acto sexual al don de la vida y, en definitiva, son contrarios a la ley natural. En esta línea, reafirma que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados»[5] y, por tanto, «no pueden aprobarse en ningún caso.[6]

En la inclinación homosexual aparece también la falta de la verdadera complementariedad afectiva y sexual entre varón y mujer. Así, pues, la inclinación u orientación homosexual es «objetivamente desordenada», por ser contraria a la razón. Hay tendencias innatas con las que hay que convivir pero no necesariamente seguir. Las inclinaciones naturales o espontáneas no implican justificación moral de las conductas que impulsan. La actitud recta es subordinar inclinación sexual al fin que la razón capta en la naturaleza: la transmisión de la vida humana y la unión de los esposos en la comunión esponsal de varón y mujer sobre la que ha de cimentarse la familia y la educación de los hijos.

Considerando la orientación homosexual como «objetivamente desordenada» no se entiende la crítica a quienes libremente quieren cambiarla. Menos aún es comprensible que se condene la práctica de terapias para cambiar la orientación homosexual por parte de médicos y psicólogos.

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Quienes experimentan tendencia homosexual han de ponerla en la perspectiva de una prueba a superar. «Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.»[7] La virtud de castidad, que es «integración de la sexualidad en la persona» y «entraña el aprendizaje del dominio personal»[8], ha de ser vivida por los homosexuales evitado seguir la tendencia espontánea a enamorarse y unirse a personas del mismo sexo. De este modo crecerán en dominio de sí y en libertad interior para un amor auténtico, generoso y desinteresado. Si son cristianos, con la ayuda de la gracia crecerán en santidad.[9]

Evitar discriminaciones injustas

El propio Catecismo de la Iglesia Católica, respecto a los homosexuales, afirma: «Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.»[10] El matiz «injusta» requiere un comentario. El calificativo injusto no suele encontrarse en los textos jurídicos en relación con la discriminación, pero tiene sentido considerarlo si valoramos qué es «discriminación» en toda su amplitud.

Discriminación, en sentido amplio, significa selección y, una cierta discriminación o selección, tiene lugar en muchos ámbitos de la vida, y no es necesariamente algo injusto. En el proceso de selección de personal se discriminan cualidades y aptitudes en relación con el puesto de trabajo. Como consecuencia se aceptan uno y se descartan otros. En un sentido más estricto hablamos de discriminación cuando se hace una distinción o segregación que atenta contra la igualdad. La discriminación es injusta cuando se contraria a la igual fundamental de todas las personas en derechos humanos y en dignidad. Hay muchos tipos de discriminaciones según el criterio que se utilice. Pueden ser por motivos de raza, religión, sexo, edad y también por orientación sexual. Es injusto cuando alguno de estos criterios no es relevante para el tema que se trate. No es injusto no aceptar una persona demasiado joven para un puesto que exige experiencia y madurez, ni una persona de la raza que sea si no tiene los conocimientos requeridos por el cargo. Lo injusto es hacer acepción de personas para algo que no tiene nada que ver con aquello que es objeto de selección.

Los padres pueden desear legítimamente que la educación de sus hijos tenga una determinada orientación. Eso puede dar lugar a cierta «discriminación» en determinadas circunstancias. Por ejemplo, en un profesor de religión católica que no viva de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, o un educador que practique la homosexualidad si eso es contrario a querer de los padres. La propia Iglesia, aun «respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay.»[11]

En las acciones de los activistas GLBT así como en las iniciativas legislativas que impulsan o dan soporte, no se hace ninguna matización, más bien parece darse a entender que todo lo que se pueda considerar discriminación, por discutible que sea, debe ser condenado y sancionado. Estos abre grandes interrogantes y preocupaciones: ¿se denunciará un predicador que afirme que los actos homosexuales son pecado? ¿Se denunciará que homosexuales en activo excluidos como educadores, profesores de religión o candidatos al sacerdocio? ¿Es injusta discriminación afirmar que la institución matrimonial es exclusivamente unión de varón y mujer? ¿Dónde queda la libertad religiosa y la libertad de expresión?

Se comprende la preocupación de los obispos catalanes quienes recientemente se pronunciaron a propósito de la tramitación de la ley Catalana de no discriminación de GLTBI, que en realidad les privilegia notoriamente por encima de otros grupos. En su reunión reafirmaron la necesidad de erradicar cualquier tipo de discriminación por razón de sexo, raza, religión, creencias y condiciones físicas o psíquicas, al tiempo que mostraban su preocupación por la propuesta de ley, que consideran desacertada, tal y como está redactada, (y posteriormente aprobada por el Parlament el 2 de octubre de 2014) por «las graves consecuencias que puede tener en el ejercicio de los derechos humanos de la libertad religiosa, de pensamiento y de conciencia de los ciudadanos de Cataluña.»[12]

 

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Domènec Melé
Doctor en Teología

 

Notas pie de página



[1] Reilly, R. R.: 2014, Making Gay Okay: How Rationalizing Homosexual Behavior Is Changing Everything (Ignasius Press, San Francisco).

 

[2] Catecismo de la Iglesia Católica (edición típica, 1997), n. 2358

[3] Ibidem, n. 2357.

[4] Ibidem, n. 2358.

[5] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, 29-IX-1975, n. 8.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica n. 2357.

[7] Ibidem, n. 2358.

[8] Ibidem, n. 2395.

[9] Así se expresa el Catecismo: (n. 2359) “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.”

[10] Ibidem, n. 2358.

[11] Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las Ordenes Sagradas, 4-XI-2005, n. 2. Añade: “Dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, ésas deberán ser claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.” (Ibidem)

[12] Conferencia Episcopal Tarraconense, Comunicado de 11 de julio de 2014. Ver en http://www.agenciasic.com/2014/07/11/comunicado-final-de-la-reunion-numero-211-de-la-conferencia-episcopal-tarraconense/

  • 01 septiembre 2014
  • Joaquín González-Llanos
  • Casos de moral

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